El álbum ofrece una amplitud de géneros que van desde el indie pop, baladas reminiscentes de un tango melancólico hasta electrónica frenética. La variedad de sonidos permiten que las canciones dialoguen entre sí, cada una encarnando un personaje distinto que tiene su propia pena que ahogar en el bar. Esto le permite a Axel, mediante las voces, revelar una parte muy vulnerable de él mismo.
El worldbuilding logrado a lo largo del álbum a través de estos personajes hacen que el álbum sea una experiencia casi que audiovisual, como si de una peli se tratara, bien a lo Bowie.
En Vino y Alplax, nuestro tema favorito, se va todo al carajo: el crash emocional de la botella. Distinto al resto del álbum, con sus temas que nos guían con una catarsis sanadora. La dualidad de la vida, donde nos enfrentamos a los picos emocionales. Vidrios cayendo en el suelo y el agotamiento posnoche acompañadas por un noise electrónico.
Un universo íntimo creado por Axel a través de sus letras, sonidos y elementos visuales. El músico eleva su apuesta musical de una manera totalmente nueva en su carrera.
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